El estrés es una parte normal de nuestras vidas pero cada persona es diferente y esto también se aplica a la cantidad de presión que cada uno de nosotros puede soportar. Con la cantidad de presión correcta trabajamos de forma óptima. Seremos efectivos, creativos, decisivos, alertas y estimulados. Pero mucha presión nos puede llevar a sufrir ansiedad, fatiga y ‘quemarnos’.
El efecto prolongado a mucho estrés es que produce un desgaste en nuestro sistema inmunológico. Es como si manejáramos un coche de forma irresponsable y agresiva hasta que este ya no funcione. Cuando nuestro sistema inmunológico se ve comprometido, estamos acelerando la progresión de enfermedades crónicas, enfermedades cardíacas y aceleramos el envejecimiento del cerebro.